No era un vago, era disléxico

Sergio, uno de nuestros asociados, dando visiblidad a la dislexia, ¡ojalá hubiese venido algún día un disléxico como tú al cole de mi hijo o su instituto!…es tan importante que vean que es posible avanzar, que ellos también valen, que hay más personas que pasan lo mismo que ellos, y también que sus compañeros los entiendan. Gracias Sergio eres un valiente, y un ejemplo a seguir.

Sergio Fernández tiene 19 años y ha sufrido en primera persona lo que supone ser disléxico sin diagnóstico y enfrentarte a un sistema educativo «que no se distingue tanto del de hace cien años». Un sistema que «a las personas con dificultades no las evalúa, sino que las devalúa». Ahora, como estudiante de Psicología, pretende que nadie vuelva a pasar por aquello. Que ningún profesor corrija el ejercicio de un niño con dificultades para la lectura y la escritura y le diga que es un «vago». O incluso que le rompa la hoja. Quiere que haya una detección precoz, un diagnóstico y adaptaciones educativas, los «tres pilares», dice, indispensables. Tres pilares que a él le faltaron.

Sergio ejemplificó ayer todas estas cuestiones en el colegio en el que estudió algunos años, el Miguel de Cervantes. Fue la segunda de las jornadas que ha organizado junto al centro. En la primera se dirigió a las familias. Ayer trabajó con los alumnos de cuarto, quinto y sexto de Primaria. Y queda aún una cita pendiente con el profesorado.

Cuando pasó por las aulas del Cervantes, Sergio aún no había sido diagnosticado. No lo fue hasta el instituto. Y llegar allí costó mucho. Uno de los carteles colgados en el colegio lo deja claro: «Dislexia versus boli rojo. Por favor, sea amable corrigiendo, mi autoestima está en sus manos». Mensaje claro para los profesores. Y para los alumnos, a los que invitó a escribir su nombre con su mano dominante y después con la otra. ¿Qué sucedería si te corrigieran con ese temido boli rojo el segundo intento? ¿Qué sentiría un alumno si le obligan a leer en voz alta un texto cifrado con códigos numéricos? Esas son las sensaciones a las que un alumno con dislexia se enfrenta en su día a día.

Sergio trata, pese a todo, de lanzar mensajes optimistas. Sabe que se pueden conseguir los sueños. Con esfuerzo. El mismo esfuerzo que «me privó de los recreos, de las huelgas, de las actividades extraescolares». No podía perder un solo día, una sola tarde. En Primaria logró superar las dificultades. En Secundaria y Bachillerato las cosas se complicaron. Lo que cuenta de aquellos años es fruto de «un sistema rígido, que etiqueta a los alumnos».

«En leer y escribir voy a ser más lento, pero soy muy consciente de que si he llegado hasta aquí es porque tengo una gran voluntad que me mueve a lograr lo imposible aunque tenga que recurrir a menudo a lo absurdo». Y añade: «Las personas con dislexia no somos menos inteligentes que el resto, nuestro gran problema es que todas las materias se evalúan en un examen escrito». Él, que hubiera querido estudiar Medicina, se pregunta ahora si la Universidad debería quizá destinar un porcentaje de plazas a alumnos «que han sido invisibles para el sistema educativo y no han tenido las mismas oportunidades para acceder».

Fuente: El Comercio